Cuando
vimos el montón de arena en la plaza, supusimos que iban a hacer una de las
obras que últimamente florecen sin previo aviso por el pueblo y sus
alrededores. Pero, cuál no sería mi dicha al descubrir que eran los
preparativos de san Antón ¡Qué ilusión! Por primera vez en mi relativamente
corta existencia, iba a estar presente en un hecho tan nombrado como alabado
por nuestros mayores en sus remembranzas. Lamentablemente, mi corto entendimiento
no pudo, por más que lo intentara, descifrar las precisas indicaciones
temporales que los más informados del lugar me dieron. Tal parecía que frases
tan cristalinas y meridianas como <<ya, la encenderán, ya>> o
<<por la noche>> se tornaran para mí en encriptado código ocultista
y pese a que consulté y debatí durante horas con mi fiel escudero, no logramos
entresacar su significado exacto. En nuestra más tierna inocencia urbanita, y
en un ataque de lo que creímos sentido común ( que como bien se sabe es el
menos común de todos los sentidos) decidimos que lo más conveniente en un caso
tal, era cenar temprano para poder salir a contemplar con calma el majestuoso
encendido de la imponente pira. Pero nuestro gozo se transformó en dolor al
escuchar, como si se hallaran en nuestra propia casa, los graznidos angelicales
de nuestros zagales y mozalbetes, cargados de regocijo y algarabía. <<¡Ya
arde, ya arde!>> vibraban sus candorosos trinos, próximos a hacer
estallar nuestros tímpanos. Justo en el momento exacto en que nuestra cena
humeaba en la mesa. Hallándonos ante tan triste dilema y ya habiéndonos perdido
lo espectacular de la ignición, decidimos sacrificar los primeros momentos
flamígeros en pro de nuestro estómago (básicamente porque las croquetas frías
no hay quien se las coma).
Con
gran congoja en nuestro corazón, tomamos raudamente la citada refracción y nos
dirigimos hacia la plaza en espera de disfrutar del alboroto popular y el
ambiente festivo. A lo lejos se vislumbran ya las llamas que crepitan cual ascendentes
y abrazadoras enredaderas, iluminando el hermoso cielo nocturno. Pero...¿Qué
ocurre?...¡Oh dolor! ¡Oh funesta Parca! ¡Oh cruel Destino! La multitud que
esperábamos ver se ha desvanecido como por ensalmo. Los pérfidos encantadores
que acometieron contra Don Quijote se ensañan ahora con nuestra persona. Junto
a las impetuosas llamas, lucernas candentes del nocturno cielo, no hay más que
cuatro tácitas figuras solitarias custodiando la exuberante y altanera
candelada.
¡Ay,
mísera de mí! Y ¡Ay , infelice! Tan largos años aguardando este trance y ahora
la decepción hace mella en mi espíritu al contemplar tan deprimente escena.
Tras mi ardua inquisición a los valientes que han resistido la fuerza del
embrujo para quedar vigilando las llamas, descubro que el horario oficial era
<<la encienden cuando les parece>> eso hace, en parte, que nos
sintamos mejor y nuestra angustia existencial decae, pero no logra frenar el
impacto funesto de la siguiente nueva. No hay tal encanto ni hechicero negro,
la multitud está en el bar cenando.
Mi
cabeza da vueltas sin sosiego, la ecuación se dispara en mi mente: si X=
encendido de la hoguera en la plaza e Y= cena en el bar y todos están
cenando...X+Y= peligro de incendio. Ante mis ojos desfilan imágenes del pueblo
desolado bajo el pasto de las llamas y me acontece un delirium tremens
galopante. Suerte que mi escudero está allí para socorrerme y me conduce a
casa. Cuenta la leyenda que durante largo tiempo pudieron verse en la plaza los
restos del evento, desafiantes cenizas impregnadas de arena, sobre el gris
asfaltado del firme.
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