Cuando uno piensa en la labor de documentación de un escritor se lo imagina enterrado en un mar de libros o recorriendo bibliotecas en busca de antiguos legajos en los que sumergirse.
Eso no siempre es así. Yo soy partidaria de documentarse lo justo. Hay autores que leen infinidad de libros para escribir una sola escena y luego se sienten obligados a plasmar en ella lo mucho que se han documentado escribiendo tediosas descripciones de quince o veinte páginas para indicar que en la estancia hay una bóveda. A mí entender has de saber qué es una bóveda y cómo es pero el lector no tiene porqué sufrir las consecuencias de tus ansias de documentación. Si el autor sabe de lo que está hablando se nota, no hace falta que haga alarde de ello. A veces resulta mucho más útil una pequeña experimentación empírica que largas horas de lectura. Por ejemplo, queda muy bien que el héroe vaya por ahí con su arco y su carcaj colgados a la espalda pero hasta que no te los pones no puedes saber que es fácil que se enreden y provoquen que tu personaje haga un ridículo espantoso, si es que no provoca que lo maten. Lo mismo pasa con las espadas, hasta que no coges una no eres consciente de lo que pesan y lo difícil que es manejarlas. Aún no he tenido la ocasión de ponerme una armadura pero sí un traje regional de mujer y, aunque era un poco de pega, me hago una idea de lo aparatosos que pueden resultar los trajes antiguos. De modo que no puedo describir que una gentil damisela haga según qué cosas con un atuendo determinado. En las pelis queda genial pero si te caes al agua con un miriñaque va a ser que te ahogas.
Esto no es tan fácil de hacer las espadas pesan bastante. |