Esta película en principio puede parecer sencilla pero en realidad no lo es. Jerusalem, un ferretero palestino, decide hacer un sótano en la trastienda de su establecimiento, pero le paralizan las obras porque aparecen restos arqueológicos. La encargada de realizar la excavación resulta ser una arqueóloga hebrea que se empeña en tener una visión científica del mundo. Bajo la ferretería aparece un sepulcro con los restos de un hombre, y todo parece indicar que el cuerpo podría ser el de Jesucristo. Las autoridades locales lo ponen en conocimiento del Vaticano que envía a un sacerdote a investigar el caso. La polémica está servida. Si los restos resultan ser los de Jesucristo, el cristianismo no tendría sentido, por eso la Iglesia pretende demostrar que el cuerpo no pertenece a Jesús, mientras los radicales hebreos y palestinos entran en una lucha de poder para hacerse con reivindicaciones políticas. Todo en una vorágine absurda en la que los poderosos utilizan la fe para sus fines mientras los verdaderos creyentes sufren las consecuencias. Es una película de las que te hacen pensar, la fe está tratada desde un punto de vista muy interior, sin ostentación, aspavientos ni pretensiones, los que verdaderamente tienen fe, la arqueóloga, el sacerdote y el ferretero, resultan ser buenas personas a las que no les importa reconocer la verdad, mientras que los que ostentan el poder en cualquiera de las tres religiones, utilizan la figura de Dios, ya sea el propio o el de los otros, para conseguir sus objetivos a cualquier precio.
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